

POEMAS/ HATU G.K
SILUETA
Acabado, en antecesión de albas (aquella, la de atroz luminaria)
que afirmaron, en sello dedaje, nunca despedirse.
Ésta piel –dice recuerdo–, besada entre espinos
–otoñal lacerado–
verde la rosa y rojo de espinas / desfarde
cuando, mirar no sabrá la carne
que amordaza el sudor
cruje en la memoria
(nuestra pierna es grito y piedra)
del tacto es vocal del gesto.
…bajo el signo de tu mirada,
éste, sino él / tal a su luz
ineludible y próximo / doblando penumbra…
Descaminado en camino
tras la espalda, un rencor sugiere
que, cuando queriendo dar quitando,
sospechemos de todo lenguaje.
Entretanto, la escritura del sujeto
es condena frente, sonido águirro.
Tras besar el sol:
espejo y ruina entre manos.
Antesala derruida del nombre.
¿Dónde ubica el cielo a tus voces?
Pues mi aire no cupe en tus ojos.
CASTILLO (prosaquismo arreal)
Háyase un rey hoy sin su gloria
cuyo altar, como circular de círculos;
su país de viento amarillo en impares rótulos,
esferas de régimen en historia
rompen desta trompa alada en alta vanagloria;
¡y cabálguense soles augurales
por los velos maternales
dar al reino sangres viales!
Hacer del nombre un pedido:
heráldica del ego trascendido.
Encastillado, amancebado turnio;
acoronado y ennoblecido, perspicaz
de intemperie ajena, a un capricho;
entretechado, trae lacerado turbio…
Puede un oficiante afirmar alianza
cuando, de Dios, eterno ya ausente
de una parodia sustente
della inmaterialidad no parece jactanza
de la que nos hace tal sin moranza
satirizando sus respuestas a guturales
–del viejo arte y nuevo uso de parrales–
zarandeaba ingratitud memoria
de arcos caídos al cielo: victoria…
¡camino argento de sal éstos puños murales!
Sombra al astro
En el naufragio de tus alas
–capricho desprendido–,
ha palmado bajo el agua
luz de río allega mi piel
gimiendo miradar de pecho ardido.
Como si repetir el vacío e imitarlo
condujese a esclarecer
toda sombra encaminada.
CUENTO/ HATU G.K
LAHIEL
o el espíritu de la venganza
I.-
Que uno no ama al otro, sino a la idea que tenemos de él, aquello, es desconocer la carne. Es no saber lo que ven, ciegas, las pasiones. Afirmar tales concepciones, caricias de metafísica, es la viva muestra de no tener una noción vivida de amor. Porque aún desconociendo, creemos saber; el vacío siempre es ocupado en el espacio, lo mismo para nuestros juicios. Y llevar un peso, una constante de figura, es maravillarse de la vida tentándola como posibilidad. Porque la carne es la herida del alma.
Primero, una intención. Pero ni eso, pues antes del verbo fue la mirada. El puente parece una mano, pero no, es la palabra. Los nombres son corona de clavos (sangramos al voltearnos), el cierre de un puño. Son arrastre, un número, tanto algo tuyo como lo fueron míos.
Luego, alguien corre tras de su idea, que no es la idea, sino movilidad aquejada, es vitalidad, es esa humedad vuelta madera que es espejo de todo cielo. Alguien corre y nadie lo ve pasar.
Algo transcurre y hay quienes solo lo ven pasar.
No quiero encontrar, no hay que buscar. Los pasos se van al volver a mirar. Perdido es encontrar, y para encontrar es mejor arrancarse los ojos.
Son violáceos arrebolados. En alba negra, profunda y garganta es. Los claros oscurecen. La luz también es una idea de referencia. Entre ella y un objeto medimos nuestros tiempos.
Primero, la mirada. En ella, saber que no podía seguir como si nada. Eso que llaman amor, podía ser el más auténtico de los odios, algo que iría de la mano con su nombre. Bajo la mirada de abril, no fue más que bucólica farsa. La mentira de la fraternidad revela el rostro del falso amigo, de quien va de cazador. Yo no soy el sueño, soy la venganza.
Pero eso no clarifica el asunto: de saber la carne, cuánto sabemos. Yo lo sé, porque cuando lo vi, ahí llegué.
Porque mi carne fue un mar trastocado por una presión. Nunca acalló desde ese día.
II.-
Si abril hablase, nos diría cuánto pasó sin tomar parte alguna, como si en su lugar, describiese la caída de un fruto o un río palideciendo en sequía. Si pareciera que los ojos solo sirven para no ver, esa imposibilidad de las formas; toda la elementalidad, toda naturaleza se viese forzada a sospechar de nosotros, quienes pensamos en la carne y durante ella.
Sea lo que haya visto la madera o el cielo, el ojo del hombre va a sus viscerales, tiembla y repta para ser guardado. Su primer contacto es perturbado.
Porque él es un recuerdo que se engrandece al tocarlo. A veces, la mayoría de esas instancias, era una sombra erigida, puntiaguda, una deformación a partir de sus virtudes. Otras pocas era algo bueno, sin dejar de ser exagerado. Lo sé, fui feliz y hasta pensarlo es amaneramiento grácil, es tirar de sus características y formar algo nuevo, un inédito por imposibilidad.
Un día le dije: eres mi amigo.
Le tomé del brazo, érase ancla entre las gentes. Un nombre y un rostro, una voz medianamente tranquila, con proyección. Siempre me trató bien.
Jugar pareciera algo simple, desde sus bondades atribuidas hasta el alivio del escapismo. Todo es cuestión de grado, sobre todo la merced.
Tras los meses, bajo otoñales, pasaron todas las confianzas.
Hasta que un día una palabra suya, solo un sustantivo que adjetiviza, me hizo romper el velo. Nunca más tomaría de su mano.
Pero de tanto conocerlo, terminaría por ver a un extraño.
Porque abril calló. Enmudeció y en cada repetición, es omitida su inferencia.
Si el adjetivo mata, es que no hay inocentes, solo silencio.
Y en ese callar, algo cambió y grité.
De un arrebolado coagulado, nunca más el alba.
III
Temía su amabilidad.
Durante abril, alargado por meses, se me fue concedido todo. Porque abril fundó mi reino.
Porque sus actos me hacían acariciarlo, y él no me devolvía el gesto. Temía a su simpatía.
Hasta que lo callado, fue dicho por noviembre.
La rutina no podía concebirse. Alergia a sus modales.
Y soñé. Soñé que yo era la flor bajo el sol.
No quería despertar.
No podía existir.
Sí, eso era. Existir.
No saberlo más.
Porque la naturaleza aborrece al vacío y la naturaleza yace en la carne y el vacío late en la carne.
IV.-
– ¿Sabes lo que haces?
– ¡Tú lo sabes, Lahiel!
– ¿Sabes lo que quieres hacer?
-Lo que sea mejor para nosotros.
-Eres mi amigo.
-Sí, Lahiel.
– ¡Y qué haremos!
-Solo sé que dialogo entre lo que quiero y lo que debo.
– ¿Sabes? Menos mal te conozco. O si solo conocí el gesto de temporada, tus garras distraen la faz y el iris se oculta tras las intenciones. Quisiera sentarme y ver otro ángulo.
– ¡Amiga, ni yo me conozco!
-Son solo las luces negadas de nosotros mismos…
-Tu máscara es la palabra.
-Y la palabra todo lo es. O sea, nada.
Abril indiferente a todo azar, noviembre indolente.
V
Érase jardín.
Respirábase humo entre las rosas.
Al terminar la juventud, o más bien, cuando ésta exhala su último tiempo en un estado de postergada jubilación de adolescencia, expele un aroma que aparenta lozanía. Pero no es más que el aliento mortal de un último esfuerzo, de cuanto acaba. No hay necesidad de resguardos: es el último acto.
VI.-
Fue un bienio.
Si bajo abril podía beber sobre el verde de mi villa, para noviembre todo era pánico. Fue un verano sin traerlo, donde rápidamente, las confianzas arrebolaron.
Con él y mi grito, nuestra niñez tenía que acabar.
Querámoslo o no, los crepúsculos llevan su luz.
VII.-
No sé si querer es un acto de egoísmo u altruismo (sí lo sé), algo tan fácil, tan erróneo por hacernos jueces como decretar la elevada ética de la gravedad frente a la hipocresía del sonido. No es abrazar el vocablo CIENCIA y creer que ello nos lleva directo al resultado objetivo. No es alejarse emocionalmente ni distanciarse pues, si algo permite la carne es la empatía de los afectos.
Tomar su mano fue un salto sentido. Había un candor, había sincero caminar.
Pero no era el alma la que amaba. Era solo carne pidiendo carne.
VII.-
La habitación en negro retenido. Los muros murmuran algo más grande que este habitáculo, círculo de sal frente a la memoria. El piso está bajo metros y, cuando buscamos algo, aún ahí negamos un auxilio.
Fijada la infinitud de tan limitante barco, los ojos buscan perderse más que los brazos, conteniendo su sangre ya liberada.
Un ave se posó en cierto tragaluz. Solo este pozo la cautivó, levemente. Espantada, voló.
XI
Noviembre hace germinar las llagas.
Gritar, pero gritar con el cuerpo para que el alma acalle ese alfabeto de llagas. Ese saber que sé, pues sólo sé de la carne. El alma no es un viento no es el agua no es el fuego la tierra añorada un albor… no, es solo la noche larga de un vuelo en suelo.
La venganza que tara la balanza y pone los cuernos lejos de toda cadena perentoria. Media de traer justicia a un mundo que le fue innecesaria; prescindir de retribuir a los gestos.
Concluyendo lo justo, Lahiel observaba el precipitarse del alma de los atardeceres: siempre juré –ante el alma– que es el cuerpo el que se amordaza a las intenciones de la sustancia.
Y luego de gritar, callar.
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